El ventanal azotaba con el viento pampero. Venancia corrió a asegurarlo con la traba de madera. Le costó hacerlo y cuando lo logró sonrió satisfecha. Su padre, Carlos, entró justo a la casa y lo primero que hizo fue mirarla con preocupación y decirle
-¿Estás bien hijita?
Venancia respondió afirmativamente con la cabeza y fue corriendo a abrazarlo. Un segundo de regocijo para ambos. Enseguida se alistaron para comenzar a hacer la comida. El padre había cazado un ciervo y lo tenía oreándose en la despensa. Fue a despostarlo y le dio un cuarto trozado a Venancia para que lo pusiera en el horno de la cocina a leña. Mientras tanto ella pelaba las papas, las cebollas y las zanahorias.
Carlos culminó la despostada y se vino a buscar los elementos para la limpieza a la cocina. Le dio un poco de pena y nostalgia ver a su pequeña subida al cajoncito de madera que él mismo le había hecho para alcanzar a la mesada. Con el delantal puesto, largo y casi le daba dos vueltas a su cuerpecito, se esmeraba en la limpieza de las verduras.
No la ayudó. Solo observó la escena, la miró con mucho amor y enseguida llenó el fuentón con el agua hirviendo del tanque de la cocina. Agarró unos trapos, una esponja de acero, y el detergente para limpiar todo lo que había ensuciado con el ciervo. Cuando volvió de su trabajo traía unos restos de carne y huesos para los perros, unos trozos de cartílagos para hervir y los trastos sucios para limpiar en la cocina. Venancia ya había puesto las verduras en el horno, y tenía puesta la mesa con todo lo necesario para cenar. Ayudó a su padre a abrir la puerta y éste se fue a darles los restos a los perros que estaban en la puerta esperando las sobras incentivados por el aroma.
El viento seguía pegando fuerte y ahora una nieve liviana caía sobre la pradera. Venancia miraba azorada por la ventana el bello paisaje que siempre pintaba en los papeles que su padre le traía del pueblo y que luego colgaba sobre las paredes de madera con unos clavitos finos que le había colocado para tal fin. El mismo paisaje de todos los días de su vida, sin embargo Venancia podía verle cada día algo distinto.
Carlos revisó las fuentes del horno, y constató que faltaba muy poco para poder comer. Ambos sonrieron satisfechos ya que el hambre parecía haberse incrementado con el aroma irresistible de la carne asada.
Mientras esperaban Venancia fue al dormitorio a buscar algo, y para sorpresa de su padre trajo un abrigo de tela gruesa de color marrón chocolate que era de su madre y en él había bordado una rústica flor. Carlos no pudo menos que abrazarla y hasta derramó una lágrima con ese gesto tan hermoso de su hija.
La subió a su falda y le comenzó a contar una historia sobre cuando él era niño y su padre le enseñaba las cosas del campo. Le dijo cuánto sentía que su madre no estuviera con ella para enseñarle los quehaceres de la casa. Venancia sonrió, no lloró. Pegó un salto y sin más se fue a abrir el horno con un grueso trapo en las manos para no quemarse. Abrió grandes sus ojos y le hizo un gesto dulce y pícaro convidándolo a comer.
Carlos retomó el estado alegre y se dispuso a servir los platos con la rica carne y verduras de la huerta que Venancia con sus apenas siete añitos había preparado.
Saborearon el manjar con todo el gusto mientras papá contaba historias graciosas de los animalitos del bosque.
Rieron y disfrutaron mucho de la cena. Carlos se levantó a limpiar los trastos y cuando miró a Venancia estaba dormida sobre la mesa. Demasiados quehaceres para una niña pequeña.
Antes de colmar la tarea Carlos la llevó a la cama para que descanse, cuando estaba por irse nuevamente a la cocina Venancia se movió como soñando, él se acercó a darle otro beso y escuchó como decía suavemente:
-Papá…
Carlos no podía creerlo, su niñita había pronunciado la primera palabra en años, luego del accidente que la dejó en estado de shock y en el que había muerto su madre. Esa palabra era: papá.
Dejó los trastos sin limpiar y se acostó a su lado. Le había dado el regalo más preciado y quería disfrutarlo todo el tiempo que pudiera.
Al otro día despertó Venancia y se fue corriendo a la cocina donde su padre estaba preparando el desayuno.
Carlos la vio venir como el viento y la alzó inmediatamente para saludarla.
Venancia no dijo palabra, solo sonrió y lo abrazó. Carlos se desilusionó un poco y sintió tristeza por la realidad de su hija. Ella siguió su accionar como siempre, tomaron el desayuno y se fueron a preparar para ir al pueblo como todos los domingos.
Carlos acomodó todas las cosas en la camioneta, y cuando todo estuvo listo le gritó
-¡Venancia, cuando estés lista nos vamos!
La pequeña apareció por la puerta grande con el abrigo marrón con su flor bordada y cerrando la puerta, sin darse cuenta siquiera, se encontró diciendo en voz alta
-¡Ya voy papá!
Asba Barrenechea Arriola
#cuentos #arteasba #historiasrurales